Trabajar menos, trabajar mejor
Apuntes sobre la propuesta de reducir la jornada laboral
El discurso del PIT-CNT, en ocasión de la celebración del Día de los Trabajadores, colocó en la agenda de discusión la propuesta de reducir la jornada laboral en Uruguay. Inmediatamente, se alzaron voces criticando el planteo y alertando sobre sus efectos económicos nocivos.
Se trata de un debate instalado en varios países. Son ahora frecuentes los programas pilotos en empresas privadas y organismos públicos que buscan introducir innovaciones en la gestión del tiempo de trabajo, incluyendo la implementación de la semana laboral de cuatro días. Hace pocos meses, Portugal aprobó un programa experimental de reducción de la jornada laboral. A nivel regional, un hito importante es la reciente aprobación de la reducción de la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales en Chile.
En esta nota se analizan los argumentos más habituales detrás de las propuestas de reducir la jornada laboral y la evidencia de que se dispone a nivel internacional, particularmente a partir de la experiencia de países que procesaron reformas de este tipo.
Jornada laboral, bienestar y brechas de género
Largas jornadas laborales suelen asociarse a una mayor prevalencia de problemas de salud y deterioro en el bienestar de las y los trabajadores. Varios estudios confirman que reformas orientadas a reducir la carga horaria semanal han producido mejoras en estas dimensiones. En 1998 Francia redujo la semana laboral de 39 a 35 horas con mantenimiento del salario (a comienzos de la década de 1980 el gobierno de François Mitterrand ya la había reducido de 40 a 39 horas), estableciendo un cronograma diferencial para grandes y pequeñas empresas y en el marco de acuerdos colectivos entre sindicatos y firmas. Aprovechando esta implementación escalonada, un estudio encuentra que la reforma efectivamente redujo el horario laboral (sin cambios en el salario) y que esto se tradujo en una reducción significativa de la probabilidad de fumar. Analizando los casos de Francia y Portugal, otro estudio encontró efectos heterogéneos en el estado de salud autorreportado por las personas según género, edad y países.
Otra investigación que analizó los mismos casos identificó que la reducción de la jornada laboral indujo mejoras persistentes en los niveles de satisfacción con el trabajo y con el tiempo de ocio. Esto sucedió principalmente entre aquellos individuos que reportaron la existencia de estructuras de representación de los empleados en sus lugares de trabajo, posiblemente porque estas estructuras previenen que los empleadores se ajusten a la reducción del tiempo de trabajo por la vía de intensificar el esfuerzo laboral por hora.
Las reformas orientadas a regular el tiempo de trabajo también pueden afectar las brechas de género en el mercado laboral. La prevalencia de largas jornadas laborales y la limitada flexibilidad horaria que caracterizan algunas ocupaciones podrían representar una barrera a la entrada y permanencia de mujeres en ocupaciones de altos ingresos. La evidencia para algunos contextos específicos así lo sugiere. Por ejemplo, un estudio reciente muestra que la introducción de topes a la jornada laboral semanal de los médicos residentes, orientada a reducir la fatiga, disminuir errores y aumentar la seguridad de los pacientes, se tradujo en un aumento de la proporción de mujeres en especializaciones médicas.
¿Qué puede pasar con el empleo?
Las especulaciones sobre los posibles impactos sobre el empleo dividen las aguas entre defensores y detractores de la propuesta. Un argumento que todavía goza de cierta popularidad sugiere que, para un volumen de producción dado, reducciones de la jornada laboral pueden generar oportunidades de empleo para quienes no lo tienen o trabajan pocas horas. Reformas de este tipo, se señala, podrían ayudar a redistribuir el tiempo de trabajo (work sharing) y reducir el desempleo. En la otra vereda, los críticos señalan que no existen los almuerzos gratis: reducir el horario laboral sin rebaja salarial conllevaría un aumento del coste salarial por hora trabajada, lo que reduciría la demanda de trabajo y aumentaría el desempleo.
Ambas posiciones extremas presentan problemas. Por un lado, quienes defienden la idea de work sharing no consideran que las empresas podrían preferir ocupar menos trabajadores y compensar la reducción de la jornada, aumentando las horas extras de quienes permanecen empleados. Por otro lado, quienes advierten sobre eventuales costos en términos de empleo no consideran que al trabajar menos horas podría aumentar la productividad laboral, ayudando a licuar al menos en parte la suba del costo laboral. Evidencia histórica y de contextos laborales modernos, desde equipos de trabajo a un call center, sugiere que se puede trabajar menos y producir más. Además, es bueno tener en cuenta que no solo la demanda laboral está cambiando cuando se procesa una reducción de la jornada laboral. Al ofrecerse más trabajo al nuevo salario, el efecto agregado sobre el empleo no es necesariamente negativo. Por último, las horas trabajadas no reflejan necesariamente una situación óptima en contextos en los que los empleadores tienen poder de mercado.
Ahora bien, muy linda la teoría, pero ¿qué dicen los datos? Son varios los estudios que analizan los efectos de reducciones de la jornada laboral sobre el empleo, aunque con diferencias en cuanto a los contextos y las metodologías. Uno de los primeros estudios nos retrotrae al 1º de febrero de 1982 en Francia: el gobierno de Mitterrand redujo la jornada laboral de 40 a 39 horas semanales, manteniendo el salario. Quienes trabajaban 40 horas semanales antes de la reforma registraron mayor probabilidad de perder el empleo que aquellos que, trabajando 36-39 horas, no fueron afectados por el cambio.
Pero existen experiencias más cercanas. Si bien todo el mundo habla de la reforma actual, Chile ya había ensayado una reducción de la jornada laboral en setiembre de 2001, cuando su Parlamento aprobó una disminución de la carga horaria semanal máxima de 48 a 45 horas. Empleando una metodología similar al caso de Francia, un estudio no encontró diferencias en la probabilidad de estar empleado entre trabajadores afectados por el cambio con relación a un grupo de control que no fue alcanzado por la reforma.
Estos estudios se enfocan en los individuos afectados por los cambios, pero no permiten analizar el efecto agregado sobre el empleo. Como se señalaba antes, reformas de este tipo generan otros movimientos en el mercado laboral, efectos de equilibrio general, que van más allá de cambios en la demanda laboral que enfrenta un segmento específico de trabajadores. Estudios a nivel regional o sectorial permiten aproximarse mejor a este tipo de efectos.
Una investigación reciente analiza sectores de actividad de países europeos en el período 1995-2007. En ese período, varios países implementaron reducciones de la jornada laboral, ya que debieron adecuar la legislación doméstica a la nueva Directiva Europea de Tiempo de Trabajo. El estudio explota el hecho de que los sectores de actividad fueron afectados por las reformas con distinta intensidad, dependiendo de la proporción de ocupados que trabajaban más horas que las estipuladas en la nueva normativa. Los resultados indican que las horas trabajadas cayeron, el salario por hora aumentó y no se registraron cambios significativos en el empleo.
La perspectiva histórica
A finales del siglo XIX, el disfrute del ocio era un privilegio concentrado en muy pocas personas. Las jornadas extenuantes eran la norma. En el siglo XX, los trabajadores han experimentado mejoras sin precedentes en términos de reducción del tiempo de trabajo y beneficios relacionados, como ser horas extras, vacaciones, licencias especiales, etcétera. El propio proceso de desarrollo y las mejoras de productividad han sido condición necesaria para este proceso. En los países desarrollados la gente trabaja menos. En efecto, las horas de trabajo disminuyen a medida que el ingreso de los países aumenta.
Sin embargo, en una economía de mercado las mejoras de productividad no se traducen automáticamente en mayor tiempo libre. Esto se da, entre otras cosas, porque los mercados no suelen ser buenos proveedores de ciertos atributos de los empleos. En este marco, las regulaciones del tiempo de trabajo han tenido y seguirán teniendo un rol crucial. Su contenido es expresión del balance de fuerzas entre trabajadores y empresas y de las coaliciones políticas que expresan esos intereses. Sus impactos económicos dependen de detalles de diseño e implementación que requieren ser analizados con atención para minimizar potenciales efectos adversos. Pero siempre es buena cosa recordar que la historia se repite dos veces. Hace más de un siglo, las demandas obreras de limitar la jornada laboral motivaron reacciones virulentas y predicciones apocalípticas. La evidencia internacional sugiere que reducciones del tiempo de trabajo podrían asociarse con mejoras en diversos indicadores de bienestar sin ocasionar efectos indeseados de magnitud en materia de empleo.
Fuente: Escrito por Gabriel Burdín en la web LaDiaria